¿La has visto llorar?

¿Come sus guisos con sal?

Sacado de por ahí…

Hace siglos atrás el conocimiento se entregaba codificado, encriptado decimos en la era moderna, con dos objetivos claros, a saber: primero para ocultarlo de las personas inadecuadas, y en segundo lugar para preservar su continuidad con el correr del tiempo. Entonces el conocimiento, el saber, se traspasaba de labios a oídos o, en su defecto, a través de grupos cerrados de iniciación. Eran los tiempos de “lo velado, lo revelado, lo oculto, el velo del misterio”. El aspirante debía entonces cumplir con una serie de requisitos de difícil realización para ser aceptado en el adoctrinamiento. Como requisito esencial se solicitaba saber lo menos posible, estar aferrado lo menos posible, ser lo más moldeable posible. Éstas tres características hacían al principiante una “plasticina lo más fácil de formar y guiar”. Pucha, qué bellos tiempos…

En la actualidad, sumidos en la era de la información, el fenómeno que se ha dado es a la inversa, es decir, debes saber lo más posible, estar aferrado a la realidad lo más posible y ser lo más contestatario y rebelde posible. Ésta nueva “masa informe” es la que pide ahora ser iniciada y guiada en los misterios de la información, perdón quise decir del conocimiento. Oiga, ¿pero son  lo mismo acaso?. Claro que no. Y he ahí el nuevo y gran dilema del hombre moderno: me informo o conozco. Creo que todos somos un buen referente para hablar de información: nuestra nube de miles y miles de terabytes con  archivos y comentarios, con papers, investigaciones y tantos artículos imperdibles;   por otro lado, las repisas llenas de cd, libros, de revistas, de diarios, de recortes, de videos, de archivos, de entrevistas, de reportajes, de especiales, de dossier, de “joyitas inencontrables”, de pergaminos, etc. Pero ¿cuánto de lo que acumulamos de verdad lo conocemos aparte de saber dónde está para echarle mano en el momento apropiado?. Conocer es eso: haber andado en aquellas calles, haberse sentado en ésos café y charlado largo y tendido, conocer es saberse los atajos y las calles más concurridas. Saberse la hoja de ruta, como tanto les gusta la expresión a nuestras autoridades. Pero resulta que ahora estamos entrampados en la información, tenemos demasiada información de todo y de todos. Un paréntesis. Sonrío cuando aún hay personas que cuidan celosamente sus datos personales y su conciliación bancaria. Los remito a mi anterior post. Cierro paréntesis. En su inbox, la antigua bandeja de entrada, diariamente recibe cientos, miles de avisos, ofertas, memes, spam, invitaciones, post, reclamos, etc. Si usted es un súper hombre tal vez podrá ir al día con toda la información que su actividad le exige digerir. Usted me podrá responder: sí, lo hago. Pero la respuesta que le tengo sí que es inquietante: ¿Qué o  quién que usted quiere, valora o estima, “paga” el costo de andar en éste otro Ferrari que Google nos regaló a la humanidad?.  ¿Su madre, su hijo, tal vez su novia?. Ah ya sé, usted mismo. Internet es inofensiva, disculpe, voy a ponerme la aureola. Quise decir, parece inofensiva. Pero tiene un detalle que hay que saberlo percibir que es realmente perturbador. No se puede explicar sin un soporte, sin una infaltable “cookie”. Jean Potocki escribió un novela realmente brillante, llamada “manuscrito encontrado en Zaragoza”, versión francesa de su original polaco “Historias del Comendador Toralva”, de 1804 aproximadamente. Son relatos elaborados con el recurso literario de  historias entre historias, tal como lo hizo Bocaccio en su tiempo, tal como lo hizo Cervantes en su Quijote.

Voy a intentar resumirlo: le ruego que no quite su vista de Google, y en una de ésas comprende de lo que le quiero hablar. Un hombre se encuentra en su camino a qué se yo, con un grupo de desconocidos que hablan de un tema en particular. Entonces el que parece protagonista dice: “es muy parecido a un relato que le escuché decir a una gitana en Mallorca, que decía más o menos así…: “éste era un religioso que tenía a escondidas una querida que se llamaba Violeta…y blá, blá, blá…y el cuento tiene su parte fundamental cuando el monaguillo le dice seriamente al investido: ”no hay que parecerlo, sino también serlo”. Entonces el sacerdote responde: “chiquillo malcriado, te pareces mucho a la historia que le escuché decir a una anciana al interior de Lisboa, que decía más o menos así: “Susana tenía un sobrino llamado Raúl… Espere un poco, dice uno de más allá, en el fragor de éste otro relato: ésta historia se parece a mi padrino Leonardo, un hombre de tierras por allá por Sevilla, quien tenía una sobrina…¿se entiende?. Ya vamos en una historia que se cuenta en otra historia, la que también se narra al interior de ésa tercera historia. Y así hasta el paroxismo. ¿Cómo dijo?. Dije Paroxismo: aquello que lleva al límite de la emoción y exaltación. En la novela queda muy claro para qué llevar a ése paroxismo: para fragmentar el alma o la atención en múltiples atenciones, para cuando no sabes cómo ni cuando estás yaciendo entre huesos y cadáveres a los pies del Nazareno crucificado. En palabras mágicas: para no saber cómo ni cuando te voltearon o te dieron vuelta la realidad. En la Edad Media se conocía a ése desmembramiento espiritual como un estado febril o de endemoniado. ¿Me hago entender?: Donde todos callan, y ríen para callado.

En su aplicación moderna y muy cercana a nosotros, en Chile, como todo país cariñoso y siempre preocupado de dar hospedaje y buen trato al forastero, se dice simplemente: “esto te pasó por pajarón”. Sí, claro, en el mejor de los casos.

 

 

Conde Jean Potocki de Pilawa (1761-1815) : Noble, científico , historiador y novelista polaco.